El Genial Ron Damón.

  • Su sencillez legendaria, su vestimenta eterna, su impresionante velorio y sepelio y el arrepentimiento de Chespirito por no haber acudido. Esto y más gracias al portal Noticias en la Red.
  • Quien fue la mujer que le lloró al “Rorro” durante dos horas continuas?.

(Especial del portal NOTICIAS DE LA RED)

Cuenta la leyenda que el vestuarista tenía poco trabajo con Don Ramón. La playera desteñida por tantos lavados, los jeans gastados y los tenis viejos ya los traía el actor desde su casa. Todo puesto, claro.

Era su ropa habitual, pero había una prenda que el vestuarista debía tener ahí preparada junto a los zapatos de El Chavo, el delantal de Doña Florinda y el traje de marinero de Quico: el clásico gorrito añejo.

Y eso que al terminar cada jornada de grabación el actor se lo llevaba a su casa, también puesto. Casi era suyo. Pero cada mañana, camino al estudio, Valdés solía acercarse a los chicos que encontraba en la calle.

«Nací niño y sigo siendo chavito, tengo el carácter de niño y los chavitos me entienden bien», declaró el actor en diferentes ocasiones.

Es por ello, que siempre se detenía a conversar con ellos, les firmaba autógrafos, les hacía bromas y uno solía llevarse de regalo el gran premio: el gorrito de “Ron Damón”.

El éxito de El Chavo del 8 y también de El Chapulín Colorado, donde tuvo la posibilidad de interpretar otros personajes le permitió a Ramón Valdés olvidarse de las preocupaciones monetarias por casi una década, hasta que en 1979 decidió presentarle su renuncia a Gómez Bolaños.

No fue personal, a diferencia de otros actores, Valdés no tenía ningún inconveniente con Chespirito. Al igual que sucedía en la ficción, el problema era con Florinda Meza, la mamá de Quico.

En 1987, Valdés volvió a la televisión Azteca con el programa ¡Ah, qué Kiko! Junto a Villagrán, quien no contaba con los derechos de Quico. A Valdés, en cambio, Chespirito nunca le impidió ser Don Ramón. No tenía por qué, sabía que ese personaje no le pertenecía. Pero esta nueva apuesta televisiva no resultó: ¡Ah, qué Kiko! permaneció al aire apenas unos meses.

Para entonces su salud ya estaba muy deteriorada, todo se debía al cigarrillo. En los pasillos de los estudios de Televisa en donde se grababan los ciclos de Chespirito nadie fumaba, la prohibición era estricta.

Menos para Monchito, claro, quien incluso solía despertarse a la madrugada con la única intención de encender un cigarrillo. La primera consecuencia fue un cáncer de estómago. Lo operaron y los médicos le aconsejaron, le pidieron, le rogaron que abandonara ese mal hábito. ¿La respuesta? Ramón también fumaba en su habitación del hospital.

Pese a la cirugía, el tumor se terminó expandiendo afectando su columna vertebral. El pronóstico fue cruel: le quedaban seis meses de vida. Ramón muri0 el 8 de agosto de 1988 a los 64 años en la misma ciudad que lo vio nacer y también consagrarse, la Ciudad de México. Pero, lo hizo casi cuatro años después de que los médicos le hubieran dado aquel pronóstico.

Su entierro congregó a una multitud, asistió su gran amigo Carlos Villagrán, también el Señor Barriga y el Profesor Jirafales: Édgar Vivar y Rubén Aguirre respectivamente. Frente al cajón una mujer lloró sin consuelo durante dos horas, se llamaba Angelines Fernández y la conocían como La Bruja del 71.

María Antonieta de las Nieves no pudo asistir, se encontraba trabajando en teatro en Perú. Durante años lamentaría no haber acompañado a Ramón Valdés en sus últimos días y en su adiós, porque en la ficción, la Chilindrina hubiera despedido a su padre y en la vida real María Antonieta era lo mismo.

Incluso, Ramón la entregaría en el altar. Cuando ella se enteró de su fall3cimient0, le bajó la presión, la llevaron al hospital y no pudo terminar su show en Perú. Así de fuerte fue ese lazo.

A nadie le extrañó que Florinda Meza no se acercara a dar el pésame. El hermano de Chespirito: Horacio Gómez Bolaños (Godinez) sí lo hizo, y Roberto Gómez Bolaños también podría haber asistido.

Tiempo después, el propio Chespirito reconoció como un gran error no haber ofrecido sus respetos a quien hizo por él lo máximo que uno puede hacer por el otro:

¡Provocarle una sonrisa!

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